martes, 5 de enero de 2010

Z en Futurlandia

En los parques de atracciones nos debatimos a codazos las primeras filas de los vagones. Qué sensación más horripilantemente agradable la de sentir como el estómago se abre camino hacia la garganta hasta parecer poder vomitarlo. Masoquismo adrenalínico: el precio que todo ser humano gusta pagar de vez en cuando para recordarse a sí mismo que sigue vivo.

Llevado a un gag cuotidiano podría plasmarse de la siguiente manera: una chica, llamémosla Z, y una agenda por estrenar a día 1 de Enero.  En este caso el motor digestivo experimentaría un estrangulamiento y la sensación de vómito quedaría sustituida por un leve ahogo –lo sé, la cosa no mejora-. Z padece horror vacui. Ante ella reposa indemne el mejor regalo que nos ha cedido la historia: libertad. Folios y más folios en blanco esperando al bautismo. Pero ¿cómo estrenarlos? He ahí la cuestión.

La vigésimo tercera primavera de Z ha culminado en un inmenso interrogante. Finiquitada su larga etapa estudiantil, abandona el pupitre para lanzarse de pleno al vacío: el futuro. Mamá pájaro arroja a sus polluelos del nido para que aprendan a volar. Hoy en día se la podría denunciar por mala práctica y abuso de menores, pero no va al caso. Retomando la naturaleza homo sapiens de Z, sería completamente comprensible y aceptable que decidiese acusar a sus instructores de la misma negligencia que mamá pájaro. Acompañarla de la mano durante todos estos años y abandonarla de pronto al amparo de su yo incierto. ¡Hay que ver!

Z deberá asumir, cómo en su día lo hicieron A, B o C, que atrás quedó el período teen y que llega un momento para todo pájaro y no pájaro de desplegar sus alas y volar si no te la quieres pegar de morros contra el suelo. Ante ella se yergue imponente la década de las decisiones, una montaña rusa en la que de haber sido advertida hubiese elegido el asiento trasero.

Z, abróchate el cinturón que esto despega.

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