miércoles, 6 de enero de 2010

La fuerza del 3

No pretendo atentar contra Tele5, tranquilos creatas, vuestros derechos intelectuales siguen intactos –además me declaro antislogan por sistema-. Esto es más bien fruto de un arrebato sentimental provocado por una de esas eternas esperas en el metro de NY (que un día probablemente incluso acabe echando de menos). Sí, a falta de iPods o similares, y dado que la estación de Bowery no figura entre las más interesantes, me he puesto a darle al coco. Resultado: ¡urra al 3 y a mi capacidad de auto-entretenimiento!

Nunca había reparado en la energía del triángulo. Pensadlo, ¿cuántos tríos conocidos os vienen a la mente? Como mínimo 3, ¿no? Bueno, 4 si incluimos entre los encuestados al sexo masculino, pero teniendo en cuenta el alto contenido emocional del siguiente relato, excluyámoslos directamente (sin ofender! Algo me dice que hasta les esto haciendo un favor…). A lo que iba: el trío calavera, los tres cerditos, los tres reyes magos, etc.

Sí, si lo pienso mi vida gira en torno al 3. Da la casualidad (tampoco creo en las casualidades, pero me sigue gustando la expresión) que sin querer siempre he acabado formando el tercer ángulo. ¿Quién dijo que tres fuesen multitud? La experiencia me dice que es la dosis exacta para la perfecta combinación. Si entre mis lectores se encuentra algún aludido, sólo me cabe agradecerles haberme concedido el honor de completar tal fórmula.

Perdón, me he precipitado con los agradecimientos. Que ¿por qué? Allá va mi teoría:

Somos animales sociales, por lo que el 1 queda automáticamente descartado. Aparentemente el 2 no implicaría inconveniente, cierto, pero también somos humanos y, en consecuencia, emocionalmente susceptibles. O sea, que si dejásemos fluir nuestros arrebatos exclusivamente entre 2, lo más probable es que acabemos retrocediendo al 1 (meeec). El 3, en cambio, permite remitir tales impulsos contra dos “unos”, con lo que para cuando agotamos la paciencia de uno de ellos siempre nos quedará el comodín del uno restante y viceversa. Yo lo llamo la teoría de la compensación. Si ya existe, perdonadme de nuevo, si no os permito un breve “buuuf” por haberme acompañado inútilmente a lo largo de esta infumable comedura de olla. Blame the  MTA New York City Transit.

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