Dicen que Van Gogh sólo logró vender un único cuadro en vida. Yo, que si pretendiera llegarle a la suela de los zapatos aún de muerta llego tarde, me siento, sin embargo, inmensamente halagada –imagino que como él en su día- por mi discreta seguidora. Aunque no deje constancia de su paso por este blog, sé que esté donde esté, me sigue el rastro como una palomita. Por poco que le dé de comer, allá está picoteando lo que le eche y sin quejarse. Si con lo de paloma no te he devuelto el halago, perdóname, no he sido especialmente dotada para el mundo de la moraleja.
Hoy pienso en ella desde un Berlín casi invernal. Quizá porque el saber que ha estado aquí me reconforta y anima a seguir adelante o porque sé que desde la distancia está por embarcarse en mi mismo vuelo y eso me ilusiona
Vas a subirte a un avión que tardará en aterrizar, aviso. El mío ha atravesado el Atlántico varias veces, me ha devuelto a casa y ahora me tiene dando tumbos por aquí arriba. Lo del aterrizaje se plantea incierto. De momento me siento cómoda en esta butaca de tercera. Aunque hayas dejado de contar los días que te quedan para partir, por el estrés que ello conlleva, no te preocupes. Verás que al dejar Barcelona (nuestra querida Barcelona) atrás se alejan tus preocupaciones y vas notando como una página en blanco va clareando tu mente. Sí, por supuesto que te sentirás náufraga en un mar de dudas, preguntas y gestiones de principiante, pero todo eso forma parte de la aventura. Lo importante es saberse siempre capaz, siempre valiente y siempre querida. La duda nos acompaña siempre, si no que me lo digan a mi que la tengo aquí sentadita a mi lado mientras te escribo.
Mi consejo: patada al cómo, cuándo y dónde y alianza con el aquí y ahora. Serán los únicos que te servirán de guía allá donde vayas.
Vaya, me he vuelto a marcar un gol sentimental, ¿no? Sorry, hay cosas que nunca cambian.
¡Un abrazo!